lunes, 7 de agosto de 2017

RELATO EXPEDICIÓN ACONCAGUA 96






ACONCAGUA, CENTINELA DE PIEDRA, AQUEL QUE NO HA ENTRADO EN TUS DOMINIOS, NO SE IMAGINA SIQUIERA, TU GRANDEZA...










Juan Carreño Mendoza




El día 26 de Enero de 2001, recibí un llamado telefónico inesperado; Juan Carreño se encontraba de paso por Santiago y me buscó para juntarnos.
Habíamos perdido contacto hace un poco más de un año, cuando viajó a reunirse con su familia e iniciar un nuevo trabajo en la ciudad de Illapel. De modo que, con alegría, me dispuse a recibirlo aquella noche. Nos reunimos alrededor de una mesa con cervezas, a conversar y a recordar y a recordar, sí, a recordar juntos lo mismo que cada uno había hecho por separado; nuestra ascensión al Monte Aconcagua cuatro años antes.
Entre risas y anécdotas, con un poco de timidez y quizá algo de pudor, me atreví a preguntarle si la relación que yo mantengo con el recuerdo de esa expedición se asemeja a la suya. Para mi satisfacción y sorpresa Juan coincidió conmigo en que esta expedición lo marcó profundamente, a diferencia de otras muchas cumbres alcanzadas, antes y después de la que ahora nos ocupa.

Aquella noche, de amistad y nostalgia, a dos días de cumplir cuatro años de haber pisado, por escasos y mágicos minutos, aquella lejana cima, Juan me presentó un manuscrito de su autoría, donde relata su percepción de lo que fue nuestra expedición. Manifestó, además, su interés en que le redactara una introducción y le sirviera de corrector. Accedí a ello con sumo agrado y con la esperanza de lograr con éxito lo solicitado. Para ello quise explorar en mi interior para intentar dar con una explicación, una respuesta que ilustre al lector acerca del porqué de éstos empeños, de éstas manías incomprensibles de treparse a las montañas, de escribir las vivencias, de tomar cientos de fotografías y luego vivir recordando... como un viejo marino en un faro abandonado. Porque no se trata sólo de nostalgia puesto que aún nos encontramos en condiciones de “hacer montaña”, de subir a nuevas cumbres. Se trata aquí de lo perenne que deja en el espíritu algunas experiencias fuertes de la vida. Para entenderlo creo que es menester conocer como surgen estos fuertes vínculos entre hombre y montaña, atrás…en el tiempo...

Con Juan pertenecemos a un grupo de montañeros distintos a los actuales, una especie casi extinta, somos de los que surgimos con una motivación diferente a la competencia y el snobismo, surgimos movidos por una búsqueda, la misma búsqueda inmemorial del hombre; la búsqueda de la felicidad a través de la belleza y la poesía. Somos de los que acudimos a la montaña, convencidos de que en ella aprenderíamos sobre nosotros mismos, que nos permitiría ser mejores, que los desafíos nos confirmarían nuestra calidad de seres perfectibles, de que en ella siempre encontraríamos paz. Y así fue siempre, aun en las condiciones más adversas que en la montaña se puedan encontrar, aprendimos a valorar la amistad la solidaridad y la colaboración y si alguna vez hubo una mala experiencia, nunca fue a causa de la montaña, siempre a causa de algún “humanito” que fugazmente pasó por valles y quebradas.
Podría aventurar que la montaña es y fue una excusa para desarrollar nuestra propia filosofía de vida.
Proveníamos, ambos, de hogares modestos, donde era impensable costear la práctica de un deporte de elite como es el andinismo. A mediados de la década del 70, las políticas económicas aún no se “entregaban” a los mercados externos por lo que cualquier implemento para montaña era sumamente escaso y oneroso. Sin embargo, sin conocernos aun, Juan y yo por caminos diferentes, precariamente equipados nos aventurábamos por filos y glaciares buscando la superación a nuestras propias debilidades y no buscando, pretenciosamente, vencer la grandeza de la naturaleza, buscábamos las cumbres pero no como fin último, sino como una etapa más de todo lo que significa una ascensión; una conversación suelta en algún café, la idea tomando forma, la búsqueda de información y recursos,… la cumbre y finalmente el regreso a casa, el reposo, y la paz y la grandeza de las cumbres atravesada en los ojos por un par de semanas.
De este modo pasaron largos años en que nos trepamos a las montañas, acumulando experiencia, mejorando nuestra técnica, nuestro equipamiento y fortaleciéndonos física y mentalmente. Hasta que un día cualquiera nos encontramos conformando un equipo que miraba desde lejos al “Centinela de Piedra”.

Una expedición al Monte Aconcagua, por su ruta normal, en el medio deportivo hoy, no se le atribuye ningún mérito. Los deportistas actuales, nacieron acompañados de un gran desarrollo tecnológico y económico que les ha permitido realizar ascensiones complejas, difíciles y muy técnicas (“rutas Sur”, rutas nuevas, ascensiones solitarias, invernales, a los Himalayas, a los Alpes, etc.). Para nosotros, para nuestro desarrollo deportivo, este objetivo vino a ser una gran meta, una ascensión de gran envergadura, el desafío de desenvolverse con éxito a los 7000 m.s.n.m. Con ésta mentalidad se enfrentó el reto, de modo que la preparación y el desarrollo de éste, se convirtió en el gran aprendizaje que aun hoy día, saboreamos. Porque fue un parangón con la vida misma; fue plantearse un objetivo, meses antes de su consecución y vivir por y para ello, empapándose de sus detalles, conociendo de las dificultades del clima, de los problemas fisiológicos que ocasiona la altura, de los accidentes trágicos acaecidos, interiorizándose de las distintas rutas, conociendo en fotos su imponencia, sintiendo miedo, trotando hasta para ir de compras, entrenando en otras cumbres menores y tratando de imaginar cómo sería la batalla sicológica que habríamos de librar.
Serían algunos meses, viviendo y sintiendo así, lo que nos permitiría, posteriormente, tomar las decisiones correctas en los momentos adecuados, sería este acondicionamiento físico y mental, el que le permitiría al cuerpo hacer, lo que el cuerpo sabía hacer y a la mente, no traicionarlo. Más aun, permitió que espíritu, instinto y cuerpo, fuera uno, en el eterno combate de los 7000 metros, fuera sólo una entidad y un objetivo. ¡Ése es el aprendizaje!, ése es el ejemplo que hoy se mantiene y me mantiene vivo.
Lo pensamos, quisimos, fuimos, luchamos, lo logramos y volvimos… ¿Qué más podemos pedir?

Daniel Espinosa Cuevas
Santiago, 2001



¡No sigo, me devuelvo!.

Exclamé a mis compañeros a casi dos horas de haber comenzado la marcha hacia la cumbre del cerro La Paloma de 4910 m.s.n.m., con la intención de realizar un segundo campamento de altura o un posible “vivac”.

¿Qué te pasa?

Replicó Luis García, uno de los integrantes de ésta difícil ascensión.

No sé, estoy algo cansado, pero no es eso, me siento sin ánimo, sin motivación para subir…

Así comienza mi segunda aventura  al Monte Aconcagua, Akon-Kawak o Centinela de Piedra, casi en cero, a poco de un mes de la fecha señalada para el inicio de la expedición me encuentro en un punto crítico, sin la motivación que requiere una ascensión de tal envergadura y con un estado físico que deja mucho que desear. Sin embargo, confío en que en este corto período pueda recuperarme y estar en un 80% o un 90% de mi capacidad, es más, debo recuperarme y recuperar de paso, el ánimo y motivación necesarias.

Para realizar una ascensión de éste tipo, a mi juicio se requieren (y no es una receta, obviamente, pero debieran tomarse en cuenta), tres cosas principales o la combinación de éstas; “altitud”, es decir, un par de “cincomiles” en el cuerpo, una buena capacidad psicofísica y, por último, “experiencia en montaña”. En lo personal, tengo la primera; a la fecha he logrado ascender, entre otros, los cerros El Plomo, La Leonera, El Morado, todos sobre 5000 m.s.n.m. Tengo la tercera, en el año ’93, ya estuve ahí, a más de 6500 m. de altitud y sé “donde aprieta el zapato”. Pero falta lo segundo…
Trazo entonces un plan de entrenamiento, un objetivo a corto plazo; que no es matarse subiendo cerros los fines de semana, sino que en el transcurso de un mes llegar a correr 85 a 90 Kms., incluidas las dos últimas sesiones de 10 Kms. Cada una, esto es, cuatro días antes de la partida de la expedición.
Pasan, entonces, los días, se cumple el plan y el objetivo en lo físico, pero en la aclimatación, ya no hubo tiempo de alcanzar altura, por lo que sólo realizo una excursión al cerro Pochoco de 1900 m. de  altitud, aproximadamente, en un tiempo de 52 minutos para “estirar las piernas”.

Literalmente, “del Pochoco al Aconcagua”.





















Sábado 20 de Enero

Por fin llega el día señalado, Sábado 20 de Enero de 1996, todo dispuesto; equipos, alimentación, transporte, ansias, nerviosismo.
La expedición tendría una duración de 14 días como máximo, incluidos 2 ó 3 por eventualidades técnicas, físicas o climáticas. Ahí estamos pues, los cuatro integrantes dispuestos a la aventura.
Luego de revisar y reordenar nuestro equipaje en casa de Montserrat, en San Bernardo, alrededor de las 13:00 horas, en el automóvil de Claudio nos dirigimos hacia el paso fronterizo “Los Libertadores”, vía Los Andes – Portillo. El viaje se hace distendido y agradable, las bromas y la conversación fácil no se hacen esperar, aunque con un dejo de nerviosismo y ansiedad latente. La música nos acompaña permanentemente, desde rancheras hasta el grupo Inti Illimani. Antes de llegar a Los Andes, nos detenemos en el santuario de Sor Teresa de Los Andes, para encomendar el buen éxito de la empresa.
Desde Santiago habíamos salido con un sol y una temperatura propios de la época del año, pero al llegar a Portillo el clima era totalmente diferente, la lluvia caía generosa y las descargas eléctricas ponían la cuota de incertidumbre a este viaje.
El complejo aduanero chileno “Los Libertadores” sirvió, entonces, aparte de hacer los trámites correspondientes para salir de Chile, para capear el aguacero veraniego. Ingresando a territorio argentino un hermoso arcoíris nos da la bienvenida. ¡Esperemos sea un buen presagio!. Creo, sin temor a equivocarme, es lo que pensamos todos al verlo.
La aduana argentina no fue obstáculo alguno, nuestras provisiones y equipo no tuvieron problemas de ingreso y la documentación personal está en regla.

Hemos llegado a “Puente del Inca” que es como diría Daniel; "…un pequeño y hermoso rincón montañés…” o, en términos más prácticos, el punto logístico de toda expedición que intenta ascender el Aconcagua. Ciertamente es bello este lugar, rodeado por montañas y un río que corre en dirección Oeste – Este. Debe su nombre a un puente calcáreo en forma de arco que salva el acantilado y que fue ruta y paso obligado de los correos del Imperio Inca.
En este lugar aún existen las antiguas instalaciones de un hotel (destruido producto de derrumbes y sismos) de los cuales brotan aguas termales que escurren por escaleras, pasillos y habitaciones, formando pequeñas piscinas donde dioses y mortales pueden disfrutar sus relajantes y saludables beneficios.

En la hostería “Puente del Inca” hemos hecho los contactos con la empresa “Aconcagua Trekking” perteneciente al Señor Fernando Grajales, para gestionar los permisos de ingreso al parque del Valle de Horcones y contratar las mulas necesarias para llevar nuestro equipo y alimentación hasta el campamento base “Plaza de Mulas” a 4200 m.s.n.m. Una vez hecho esto, nos quedó suficiente tiempo para recorrer el lugar y sorprendernos con el colorido del paisaje, con sus tonos ocre y amarillentos producto de los vapores y sales de las aguas candentes que brotan del subsuelo. Daniel no para de tomar fotografías, Claudio y Montse paseando por el laberinto de húmedos muros. Yo, recordando la vez anterior que estuve aquí, sirviendo de guía turístico a mis amigos y “aguándole” más de alguna foto a Daniel.
Cae ya la tarde, nos resulta extraño ver ponerse el sol tras las montañas pero, hay que recordar que estamos al otro lado de la cordillera y todo es al revés.
En una de las hosterías del lugar, Parador del Inca, nos servimos chocolate caliente y muchas tostadas con “manteca”. Nos atienden bien, el lugar es tranquilo y reposado, algo más humilde que la hostería principal pero, con un trajín de mucha gente, turistas y montañeros que comparten una afición común: la aventura…
La sobremesa es, inevitablemente, sobre nuestro objetivo, sobre todo Claudio me interroga por todo detalle que yo pudiese recordar de mi experiencia anterior. Así pasan los minutos, conversando, recordando, bromeando hasta por lo más mínimo. Se siente en el grupo una excelente convivencia, lo que es muy importante para los días que vendrán, en condiciones seguramente más adversas o por decir lo menos, no tan cómodas como hasta ahora.
Ha llegado el momento de descansar, el auto ya está guardado en la cochera de la hostería. El Sr. Grajales, amablemente, nos permite pernoctar en la misma cochera con las advertencias mínimas para la seguridad del lugar.
El primer día ha sido largo, los preparativos, el viaje y la ansiedad han dado paso al cansancio, hoy ha terminado el prólogo, mañana comienza la expedición…

…nuestros sacos de dormir están ya instalados y cada cual dentro del suyo soñará, tal vez… con el “Centinela de Piedra”.



Domingo 21 de Enero

Los cascos de las mulas avanzan junto con el amanecer, hasta la bodega donde serán cargadas con el equipo de varios grupos expedicionarios, entre éstos, nuestros propios bultos, los que llegarán a su destino, el campamento “Plaza de Mulas”, un día antes que nosotros, si todo se acomoda a la rutina normal.
Dos pequeños helicópteros que pasan sobre el improvisado dormitorio, terminan por sacudirnos la modorra de aquel despertar. Estos aparatos están destinados a eventuales rescates pero, principalmente son usados por turistas o expediciones con un respaldo económico importante.
Recuerdo que en el año ’93, el trayecto hasta el campamento base, que demorábamos dos días a pie, estos “bichos” lo hacían en 15 minutos. Varias veces al día sobrevolaban la ruta, formando prácticamente, parte del paisaje.
En fin, el desayuno en la hostería fue en un ambiente “ad oc”. El amplio comedor revestido en acogedora madera, se llena con murmullos extranjeros, de montañeros que salen a su destino, montañeros que regresan del cielo, cansados, curtidos por el sol y el viento, satisfechos, alegres, derrotados…pero todos con el orgullo más inmenso que significa el haber desafiado al “Gigante de Piedra”. Estos hombres y mujeres, por años han dejado sus recuerdos adosados a los muros de éste lugar; banderas, insignias, fotografías, mensajes que van relatando la historia de muchas ascensiones. No podían faltar los testimonios de más de alguna expedición chilena de años anteriores; la Universidad Católica, el programa de T.V. “Deporte Color” de hace ya algunos años, y por supuesto quedará el banderín destinado a la foto de cumbre,  del Club Andino Wechupún.

El día de hoy está soleado, pero en las primeras horas de la mañana está también algo frío y ventoso, típico de un clima cordillerano, lo que no se diferencia  mucho de nuestra zona central.
Las mochilas con equipo y provisiones para los  siguientes  dos días esperan ser cargadas en la camioneta destinada para aquello, y juntas con nosotros ser transportadas internándonos en el parque Valle de Horcones, 2 ó 3 Kms., hasta el puesto de control de los guarda parques o como ellos se autodenominan; “Rangers”. Aquí presentamos los permisos y registramos los datos personales, entregándonos un saco numerado, el que debemos regresar con la basura que resultase, principalmente de los alimentos.
Éste será el primer día de caminata hasta llegar al lugar habitual de campamento transitorio en donde confluyen los ríos Horcones Inferior y Superior, de ahí, entonces, su nombre; “Confluencia” y ubicado a 3100 m.s.n.m. aproximadamente.

Es casi ya medio día, la jornada se visualiza fácil y relajada, no debiera durar más de cinco horas.

- Chao, buena suerte, y que lleguen a la cumbre…, nos dice la guarda parques que registró los permisos.
- Gracias, llegaremos, seguro que llegaremos --le respondo--,  el resto reafirma lo dicho demostrando un optimismo y confianza que pocas veces había visto en otras cordadas.

El valle de Horcones es muy hermoso, el acceso es similar, aunque con menos pendiente en un principio, al “Cajón de Morales”, camino hacia la Laguna del Morado en la zona cordillerana de Santiago. Llama la atención el verdor circundante, pasto ralo y pequeñas florecillas que atraen para hacer un buen picnic de fin de semana. Avanzamos bordeando la laguna de aguas turquesa, patos silvestres y otras aves se mecen sobre sus suaves ondas…
…la verdad es que dan ganas de quedarse, pero al fondo del cajón se aprecia la Pared Sur del Aconcagua que como un imán atrae los pasos de los expedicionarios. Los nuestros se dirigen allá a un ritmo pausado, salvo Daniel, que se adelanta demasiado, tal vez sin medir su propia ansiedad.

- ¡Daniel,…Daniel!…

…el hombre no escucha, continua su acelerada marcha hasta detenerse tras haber cruzado el puente colgante que salva el lecho del río Horcones.

Daniel,…Daniel es un tipo de 36 años, sin duda en esta oportunidad, es el más fuerte físicamente del grupo, aunque delgado de contextura, es el que siempre estará “tirando a los demás”, consciente o inconscientemente. Ha vuelto al montañismo hace poco tiempo, tras unos años de receso, teniendo muchos cerros a su haber. Es más bien del tipo filosófico, le gusta escribir y ya ha editado algún texto. De hecho es él quien se ha encargado de llevar un diario de la expedición, anotando a cada momento datos, sucesos o lo que le parezca importante. Es de palabra fácil aunque no muy locuaz, si le dan tema de conversación es difícil pararlo.

- Daniel, que te pasa. No te adelantes tanto.

- No, no pasa nada, sólo me dejé llevar.

Nos detuvimos, decidimos almorzar en ese mismo lugar, protegiéndonos en un desnivel del terreno, del persistente viento.
De sus mochilas, Montserrat y Claudio sacan sendos melones para el postre,…”melones tras la frontera” podría llamarse este cuadro. Preparamos el almuerzo con las exquisiteces que logramos pasar por la aduana; (si nos viese ahora el inspector aduanero…) comida enlatada, para alivianar el peso que transportamos y ensalada de tomates con ají verde, que tuve la oportunidad de preparar y que fue muy bien aceptada.

Desde ahí en adelante fui el encargado oficial de los “picadillos”, como los bautizaron mis amigos.

Continuamos nuestra marcha después de un corto reposo. El terreno va ganando altura rápidamente, nos guía un sendero muy marcado que transitan decenas de mulas al día y otros tantos montañeros de todas las nacionalidades imaginables. Algunos responden los saludos al cruzar nuestros pasos, otros, con la mirada perdida, sólo avanzan, avanzan… avanzan de regreso.

A nuestra derecha, la ladera del cerro, a la izquierda unos veinte o treinta metros más abajo, el turbio torrente del Horcones arrastrando sus sedimentos, eternamente. Hace mucho calor, el viento en esta zona es nulo, la panorámica, preciosa, a lo lejos sobre la línea de los ojos y ligeramente hacia la izquierda, se aprecia una loma verde que la cruza un blanco hilo de agua.

- ¿Cuánto falta, Juanito?.
Pregunta Montserrat impaciente ya por llegar al primer campamento: “Confluencia”.

- ¡Allá!, indico, apuntando a lo lejos.

- Ves esas lomas verdes, detrás de ese filo, bajando hacia la izquierda está Confluencia. Es como 11/2 hora más de caminata.

 Curiosamente para llegar allá es necesario seguir remontando la pendiente por la derecha, llegar al filo girando levemente hacia la izquierda para llegar a una planicie protegida por un cordón longitudinal también por el flanco izquierdo.

Avanzábamos por aquél plano cuando nos cruzamos con un grupo de 10 ó 12 personas que marchaban en fila. Nos saludamos… ya el tono de voz nos parecía familiar. Uno de ellos reconoció a Montserrat.

- ¡Hola!, tú eres de Santiago.
- ¡Hola!, sí, del Wechupún.

Un breve diálogo que bastó para un reconocimiento mutuo. Resultaron ser compatriotas que regresaban de un fallido intento a la cumbre.

- No pudimos “hacer cumbre” por el clima, estuvo muy inestable ésta semana, pero ahora ya está mejor. Sólo después de medio día llegan las nubes desde el Noroeste. Ojalá ustedes tengan mejor suerte. Chao, que les vaya bien.

- Chao, gracias.
- ¡Suerte amigos, dejen bien puesta la Patria!, grita el último hombre al alejarse con paso casi marcial.
- ¡Ya…gracias…chao!!!  ???. Respondemos casi por inercia, con un dejo de asombro o mejor dicho “plop”, hasta gracia nos causó. La Patria no está en juego en este asunto, ni el patriotismo se demuestra en una actividad deportiva. Sin embargo, que “la banderita tira”… ¡Tira!.

El calor del medio día se ha transformado en un manto de nubes que deja caer algunas gotas intermitentes, para salir el sol y repetirse el ciclo de los chubascos.
Queda aún un poco para caminar y terminar esta jornada cuando nos cruzamos con la primera tropilla de mulas, arriadas por dos jinetes que vienen ya de regreso desde Plaza de Mulas. Ellos han salido muy temprano desde Puente del Inca para hacer la jornada en un solo día, ida y regreso, lo que habitualmente y con buen tiempo toma dos.

Confluencia ya está frente a nosotros, hemos llegado luego de cruzar un segundo puente, que ha sido empotrado en la roca, y de rodear una loma con la huella bien marcada por el paso de las mulas.
Es un sitio precioso, lleno de matices de verde, producto del pasto y del matorral rastrero que crece por la abundancia de agua en el sector.
Quedamos instalados en dos carpas, alrededor de las 17:00 Hrs., en un plano cerca del río. En la ribera opuesta, un murallón café arcilloso franquea la vista. Aguas abajo, muchas carpas, que contrastan con el fondo verde y las mulas que pastan cercanas. A la izquierda y en un nivel superior hay terrazas, aún vacías, esperando a más de algún montañero. Entre éstas y nuestras carpas, continúa el sendero ascendente que se remonta hacia la izquierda, sobre el filo, para volver ahora, a girar a la derecha avanzando hacia la entrada de una gran planicie denominada “Playa Ancha”.
Estábamos descansando en el campamento cuando al lugar llega Luis Rojas, socio del club y, originalmente, también integrante de esta expedición, y que por razones que hasta ese momento desconocíamos, no dio señales de vida hasta la hora de partida de Santiago. Luis seguiría solo, para unirse luego a un grupo de argentinos, por el resto de la travesía. Sin embargo esa tarde, compartimos todos el placer de estar juntos, disfrutando del paisaje y de jugar con los “cometocino”, pequeñas avecillas que comen migajas de nuestras manos. Compartimos, también, muchas partidas y, revancha tras revancha de dominó, risas, chistes, anécdotas y, sobre todo, amistad. Ante esta situación Claudio exclama: “…tal vez no vamos a subir ninguna guevá de cerro pero, ¡putas que lo hemos pasado bien!...”

El día se acaba, está cubierto y comienza a helar; es hora ya de dormir, mañana la jornada será larga, ocho horas como máximo, siempre y cuando nuestra marcha y el clima lo permitan.


Lunes 22 de Enero

Amanece frio, despejado pero muy frío. La noche fue algo incómoda en la pequeña carpa para dos. Más holgados estuvieron nuestros vecinos en la North Face.
Preparamos desayuno y sacudimos, muy lentamente, la modorra, tan lentamente como el tibio sol alza sus rayos sobre los cerros.
Son las ocho de la mañana y Luis Rojas, que ha vivaqueado en las inmediaciones, está listo para salir hacia Plaza de Mulas. No nos espera ni lo hacemos esperar. Solo avanzará más rápido que con nosotros. Se despide…no lo veríamos hasta dos días después.
Es hora de partir. Otros grupos ya recortan sus siluetas sobre el filo que lleva a “Playa Ancha”. “Montse”, Claudio y Daniel están ya también en aquel filo. Por mi parte me retraso un tanto, ordenando mi mochila y mi estómago.
El marcado ascenso, en pronunciados cambios direccionales no dificulta el avance. El paisaje aturde por la nitidez de sus colores y arrulla los sentidos, el murmullo del agua que corre en abundancia.
Tras unos veinte minutos, el grupo está de nuevo compacto y así avanzamos, el resto de la jornada. Ante nuestra vista está el amplio valle de “Playa Ancha”, eternamente largo, hasta perderse en los cerros que lo van encajonando en la distancia.
---Aquí cabritos, hay que agachar la cabeza y caminar y caminar porque el viento es terrible--- exclamé a mis compañeros. ¡Y así no más fue!. El sol alto, ya sobre nuestras cabezas estaba “pintado”, sólo proporcionaba luz. Un viento frío bajaba por el valle, enfrentando los rostros. El avance es rápido, uno tras otro los pasos se sincronizan y nos brindan una marcha regular. Concentrados, en silencio turnamos la punta para no desgastarnos en demasía. Descansamos un momento en un punto casi obligado, una gran roca, “Piedra Grande”, la que se levanta al lado de la huella y que sirve de pausa a los que van y vienen.
Una tropilla de diez o doce mulas junto a sus tres arrieros pasan al trote con destino al campamento base, en busca de su habitual carga; mochilas y montañeros de variadas nacionalidades.
Seguimos nuestro camino en el plano, sin mayor dificultad que el frio viento pero, conforme avanzábamos y el valle se estrechaba, la tibieza del sol se hacía notar. Momento propicio para almorzar. El tiempo estimado para llegar a “Plaza de Mulas” es de cuatro a seis horas y es medio día, lo que significa que estamos bien con nuestro itinerario, debiendo llegar alrededor de las cuatro de la tarde, si es que todo marcha bien, sin embargo, el clima tibio del que gozábamos se transforma en un suave plumilleo de nieve que nos obliga a interrumpir el descanso y apresurar el paso. Desde el improvisado comedor el valle quiebra violentamente a la derecha y la pendiente aumenta gradualmente. Por su parte, el plumilleo, es irregular; a ratos se detiene y nos permite ver al sol entre las nubes pero, finalmente termina desencadenándose una copiosa nevada que nos obliga a guarecernos al cobijo de una gran roca. Acondicionamos un trozo de plástico a manera de toldo, con bastones de marcha y cordines a la espera de que pasara la nevazón, sin embargo ésta aumentó su intensidad y nos vimos forzados a instalar la carpa, pasando en ella el resto de la tarde y la noche siguiente, con todo nuestro equipo dentro.
En las siguientes dos horas, todo se cubrió de nieve, a lo menos veinte centímetros. Todo el paisaje blanco; un helado silencio.
La alegría, un tanto nerviosa, de Claudio por estar en su primera tormenta da paso a la tranquilidad inquietante del resto de nosotros, por la incertidumbre de saber cuánto duraría esta nevada y si los días venideros se nos presentarían propicios a nuestro objetivo.
No se siente frio al interior de las delgadas paredes de la carpa, afuera lo esperable, frio. Esa noche fue incómoda, muy incómoda por el espacio disponible, dormimos poco esperando el amanecer. Entre tanto, Claudio comenzó a evidenciar los primeros síntomas de lo que creíamos era un resfriado sin importancia (tema del cual hablaremos más adelante).



Martes 23 de Enero

Por fin amanece. Comprobamos que el fuerte viento que se desató durante la noche, tras la nevada voló literalmente toda la nieve acumulada en nuestro derredor.
El desayuno es breve como lo es el levantamiento del campamento. Son las ocho de la mañana, todo es blanco hasta donde alcanza la vista. La suave pendiente y la nieve blanda que se libró del viento, dificultan un tanto nuestro avance ya que todo el equipo adecuado para estas condiciones se encuentra ya en el campamento base junto a las provisiones, que enviamos a lomo de mula. Con la poca alimentación, los pies mojados y el frio, Claudio comenzó a mostrar decaimiento. Comparte, entonces, con él un chocolate y la única lata de Coca Cola, que había destinado para la cumbre.
--¡Con esto llegaremos a Plaza de Mulas, ya falta poco!-- le digo.
--¡Eso espero!—me responde lacónicamente.
Nos hemos topado ya con algunos montañeros que vienen de regreso, bajando rápido, contrariamente a nuestro ritmo que se enfrenta al tramo más difícil de esta jornada; “Cuesta Brava”. Nuestro avance se torna lento y fatigoso, muy fatigoso. Claudio ya no puede más. Nos detenemos a descansar con Plaza de Mulas a la vista.
--¿Cuánto queda, Juanito?--- musita nuestro exhausto amigo.
--Ya llegamos…es ahí, en frente, sólo diez o quince minutos más y podremos descansar. Ahora caminemos, antes de enfriarnos demasiado.--- le respondo.
Avanzamos casi desesperadamente por el sendero marcadísimo por el paso frecuente de cientos de hombres y animales.
Al llegar, la primera impresión es de una Plaza de Mulas vacía; los sitios marcados con pircas de piedras están desiertos, sin las carpas multicolores que recordaba de mi primera visita, hace algunos años. La razón es simple; han caído aludes en el sector que han afectado el campamento. Por esta razón Plaza de Mulas se trasladó alrededor de unos doscientos metros más arriba, a un lugar algo más incómodo pero más protegido.
Por fin llegamos, más ansiosos que nada, aun no vislumbramos lo venidero, sólo disfrutamos de las instalaciones del campamento base.

“Plaza de Mulas”, campamento base o ciudadela de tiendas de mil dialectos. No me equivoco al comparar este campamento con una pequeña ciudad; senderos y huellas son las calles y avenidas donde habitan, transitoriamente, todas las clases sociales de montañeros, en poblaciones de tiendas modestas tipo “A” canadiense, de camping o lujosos “chalets” de carpas de marcas de fama mundial y, hasta las “villas de las uniformadas tiendas de expediciones francesas y españolas. Un terminal de buses y camiones o, mejor dicho, de caballos y mulas, que van y vienen con un perfecto itinerario. Un “shopping” abierto, donde la venta de cerveza está establecida en quioscos de lona o plástico y, el trueque de mercadería y equipos de todo tipo se realiza como antaño.
Con frecuencia los guarda parques (Rangers) recorren el campamento blandiendo sus transmisores de onda corta, cual celulares de última generación.
La higiene y la salud también tienen un sitio importante. No hay un hospital pero si existe una tienda con un médico residente. Varias letrinas instaladas en medio de todo este ajetreo semejan casetas telefónicas de plaza pública.
Y para los montañeros VIP, un hotel con todas las de la ley. Retirado, eso sí, a unos seiscientos metros del lugar. Sorprendente para algunos, chocante para muchos. ¡Ah! Y eso que este año el helipuerto no estaba habilitado.

Instalamos las carpas en un sitio que nos fue asignado junto a una pirca de piedras que nos protegerá del gélido viento que baja desde el glaciar Horcones.
El entorno es maravilloso; prácticamente encima nuestro, el enorme gigante de piedra en toda su magnitud sobre el glaciar Horcones, hacia el oeste aunque más pequeño pero no por ello menos hermoso, el cerro Cuerno con 5400 msnm.

Aquí nos encontramos, nuevamente, con Luis Rojas que, como era de esperar, con su rápido desplazamiento pudo sortear la tormenta del día anterior y ya estaba cómodamente instalado junto a unas expedicionarios argentinos y suizos con quienes entabló amistad y se disponían, en los próximos días, a emprender el ascenso juntos.
El resto de este día lo dedicamos a comer, hidratarnos y recorrer la ciudadela con sus intrincados callejones.
























Miércoles 24 de Enero

El amanecer de este día fue, para todos, distinto. En lo personal, el esfuerzo y los 4200 m se hacen sentir, traducidos en los primeros síntomas de “puna”; cefalea y nauseas. Nada anormal para la primera noche a esa altitud.
Daniel está bien, sintiendo el cansancio natural en el cuerpo pero, bien. Montserrat, en cambio, no está pensando en su sintomatología de altura sino preocupada por Claudio, que no dejó de toser y respirar burbujas durante gran parte de la noche. Debido a esto los primeros pasos del día fueron hacia el puesto médico, para que nuestro compañero fuera chequeado. El diagnóstico preliminar fue de una afección viral, que recrudecería si no era tratada lo antes posible. La primera reacción de todos fue partir, dejar el campamento, bajar de inmediato hasta Puente del Inca.
Esa mañana fue, tal vez, una de las más críticas de la expedición porque con la condición de salud de Claudio, el esquema cambió por completo. Debía bajar, cuanto antes mejor porque temíamos que el cuadro derivara en un edema pulmonar, dado que los síntomas y el diagnóstico médico así lo hacían pensar. Fue en ese momento donde el grupo de cuatro personas fuimos sólo una y así continuó hasta el final de esta aventura…
Claudio debía bajar, no había duda alguna. Con quién y cómo, ése era el punto.
---Claudio, yo bajo contigo, que sigan Daniel y Juanito--- expresó comprensiva Montserrat.
---En ese caso, bajo yo. En este momento no estoy muy bien pero me recupero en el camino--- acoté presuroso.
Yo creo, dice Daniel, que se debe ver la posibilidad de que Claudio baje en mula porque, de lo contrario, el grupo se disgregaría y la motivación se perdería o a lo menos sufriría un deterioro importante.
---¡Sí!, puede ser, habría que buscar una mula que esté disponible para bajar. Por lo demás es sólo una jornada hasta Puente del Inca y creo poder hacerla sin mayores problemas.--- concluyó el propio Claudio.
Era cierto, si bajaba más de una persona, la expedición no tenía mayor futuro. Montserrat, la jefa de expedición, no debía bajar, necesitábamos su experiencia y empuje.
Por mi parte era el que conocía el cerro; distancias, tiempos y lugares de campamento dependían un tanto de mí.
Daniel era el más fuerte de todos y su experiencia también aportaba mucho. Entonces la única decisión que podíamos adoptar era que Claudio bajara a lomo de mula con los arrieros que volvían a Puente del Inca. Una decisión dolorosa, por cierto, y hasta discutible por alguien que no viviera la situación en carne propia pero, fue lo más acertado en ese momento según todos nosotros.
Nos avocamos, entonces, a negociar la cabalgadura y a juntar los dólares requeridos, vendiendo algún equipo. Redistribuimos las provisiones y apartamos el equipo que ya no se usaría, quedándonos sólo con una de las dos carpas que portábamos.
Ese día almorzamos todos juntos, temprano para coordinar con la hora de bajada de las mulas. Disfrutamos la merienda; un “mariscal” y una muy buena “cazuela de pollo” en conserva. Sin embargo, entre nosotros se hacía notar un sentimiento de resignación y tristeza por la inminente partida de nuestro compañero.
Lo vimos alejarse, contrastando con el esplendor del día, en una hermosa cabalgadura, debiendo estar en su destino esa misma tarde, Dios mediante. El resto del día nadie habló más de lo indispensable, esperando que las horas pasaran rápido, cual amargo trago que ha de beberse e un envión.








Jueves 25 de Enero

Permaneceremos todo el día en el campamento base para aclimatarnos en un descanso activo por lo que decidimos visitar el “Hotel Plaza de Mulas”, a 4370 msnm y distante a unos veinte o veinticinco minutos de caminata, hacia la base del glaciar Horcones Superior.
El nombrado hotel no es de cinco estrellas pero, es mucho más que un refugio o posada de montaña. Su estructura metálica perfectamente ensamblada, semejante a un galpón industrial pero con el diseño arquitectónico adecuado para recibir a pasajeros solventes, está revestida, íntegramente, de cálida madera que hace que hace muy acogedor su “estar” y amplio comedor donde todavía en esta fecha, se mantienen adornos y árbol navideño. Las paredes ---igual que las de la hostería Puente del Inca--- están llenas de banderas, banderines e insignias de múltiples nacionalidades. Entre ellas, la de nuestro Club Andino Wechupún. En un rincón un libro que acusa las visitas de cientos de turistas y montañeros que registran en sus páginas sus impresiones y sentimientos. ---“Si subo será por mi mujer y mis hijos, 25 de enero de 1996”--- registré también en una de sus páginas.

La tarde cae en Plaza de Mulas, la pared oeste del Akonkawak se enciende con el rojo anaranjado de las últimas horas del día, las mismas que obligan a retirarnos a nuestra carpa a preparar equipos y provisiones que llevaremos al campamento alto, Nido de Cóndores, ubicado a 5600 m de altitud. No realizaremos porteo. Subiremos con todo lo necesario para permanecer los días restantes sobre los 5000 metros y no volver a Plaza de Mulas sino hasta cumplir nuestro objetivo o en caso de alguna emergencia.
Un porteo hasta los 5600 m era, a nuestro juicio, un desgaste físico y sicológico innecesario. Así mismo, si las condiciones se nos brindaban favorables, subiríamos desde Nido de Cóndores hasta la cumbre a 6962 m, sin realizar campamento en “Berlín” a 6100 m. Acordado nuestro plan sólo nos resta esperar el nuevo amanecer para treparnos a nuestro campamento de altura, Dios mediante.

Viernes 26 de Enero

En las últimas horas del día anterior, habíamos recibido un mensaje radial de Claudio; volvía a Santiago para tratarse su dolencia pero volvería a buscarnos a nuestro retorno. Deberíamos llamarlo para acordar el día de encuentro. Esta información aumentó nuestro ánimo y confianza para continuar esta bonita locura.

Son cerca de las diez de la mañana y hace frio aun, las sombras de las altas cumbres no permiten que el sol entibie la modorra de la ciudadela andina.
Carpa, sacos, provisiones, todo ya está en las mochilas. Nada quedó en el campamento base que advirtiera nuestra presencia.

---¡Vamos niños, aquí empieza el cerro. Sólo disfrútenlo!--- voceo a mis amigos. Ellos, absortos en su ansiedad, sonríen.

Sólo unos pocos montañeros han iniciado la marcha de ascenso, así que la zigzagueante ruta, está despejada. Marchamos separados por no más de dos metros, con un ritmo sostenido, plácido, relajado, lento, como tres caracoles que deambulan por algún jardín en busca de su alimento, nuestro  alimento que es la motivación por la cima, nuestro jardín que es este enorme “acarreo” que subimos; duro, fatigoso, bello, eterno.
Nada que haya visto antes es tan grande como este paraje. Llevamos ya dos horas de ascenso y Plaza de Mulas es un puñado lejano de puntos azules, color predominante en las carpas de la ciudadela. Arriba, sobre los 6000 m, se aprecia el “viento blanco” que muchas veces no dejará avanzar a los caracoles de este pétreo jardín.

El tiempo habitual para esta jornada es de cinco o seis horas, con una pendiente inicial bastante fuerte que se atenúa a poco andar y se torna más llevadera con el continuo zig-zag de la marcada huella. A casi tres horas de marcha y aproximadamente a 5000 metros de altitud existe un fuerte repechaje donde la nieve dura hace muy fatigoso el avance. A esa misma altitud, hacia el filo sur, se encuentra el campamento alternativo “Plaza Canadá”. En esta oportunidad poblada sólo por dos pequeñas carpas.
La pendiente disminuye bruscamente, dando paso a un campo a un campo de hielo de unos 1500 metros, que termina en un pasadizo de rocas magmáticas, que es la puerta de entrada a la extensa explanada donde se ubica el campamento de altura “Nido de Cóndores”.

Cinco horas ya de ascenso, hay cansancio, propio del esfuerzo pero en ningún caso, agotamiento, ¡estamos bien!, controlados, enteros pero con mucho frio, el aire gélido entumece los labios al punto de la insensibilidad. El mismo frio que debe sentir un hombre oriental que desciende con una mochila en el pecho y la propia sobre sus espaldas. Su compañero ha caído…ya no sentirá el frio en sus labios y soñará eternamente con el sol naciente de su oriente natal.
16:30 Hrs. Montserrat y yo llegamos a Nido de Cóndores. Daniel se adelantó y ya está allí desde hace unos quince minutos, tiene las manos entumecidas por el frio y el viento que hace bajar aún más la temperatura. El cielo se ha cubierto y deja caer suaves copos de nieve sobre el campamento, por lo que nos apresuramos a levantar la carpa pues las ropas mojadas por el sudor hacen que nuestros cuerpos se enfríen rápidamente. Los dedos de las manos no se sienten, todo el cuerpo tirita reaccionando a la baja temperatura.
---¡Cresta que hace frio Juanito!---
---Rápido, rápido…el cubretecho---
---Adentro, adentro, las mochilas, todo, todos adentro--- urge Montserrat.
La pequeña carpa es ahora un palacio, ¡nuestro palacio!, con habitación triple, cocina y antesala, ropa limpia y seca, comida caliente y descanso. Todo es placentero, se sufre un poco pero se goza cien veces más.
Daniel: “Después de estar cómodamente instalados, improvisamos un juego de dominó pintando el envase de las tabletas de glucosa que asemejan la piezas de este juego pero algo más grandes. Tomamos fotos para inmortalizar nuestra creación y el estado calamitoso de nuestros rostros expuestos al sol y al frío.”
Montserrat: “A estas alturas, la buena convivencia y comunicación son vitales, no hemos fallado, estamos conscientes de lo que nos queda, nuestras mentes se sienten conectadas por un mismo objetivo y, seguimos siendo cuatro, porque Claudio está aquí también”.

Claudio:…Claudio es el más joven del grupo con veinticinco años, muy alegre, muy comprometido con lo que hace, fuerte, corpulento, bien dotado físicamente aunque poco trabajado. Es el con menos experiencia en montaña, por lo que su ímpetu y entusiasmo no bastaron esta vez pero, si persiste, seguro que puede lograr objetivos en la montaña. Por lo demás ya tiene excelente cordada…¡y como van las cosas entre ellos!
La tarde pasa rápido, jugando gluco-dominó, una tras otra las partidas se sobreponen hasta que somos interrumpidos por un grupo de italianos…parece una estampida de niños incontrolables jugando en el jardín de una plaza cualquiera, recogiendo piedra tras piedra, tal como una caravana de hormigas recoge el azúcar derramada en el piso de la cocina.
¿Piedras para hacer una pirca que los proteja del viento? ¡No! Para esa función son insuficientes en toda la explanada de Nido de Cóndores. Son, simplemente, para tensar los “vientos” de sus tiendas, pero exageradamente alborotados, como buenos italianos.
---¡Escondan las piedras, que llegaron los italianos!--- grito al viento, para graficar la escena algo cómica para nosotros, tal vez normal para ellos, espontáneo en todo caso.

La noche es nuestra compañera de nuevo, al igual que el gélido viento que baja desde la cima de la montaña. El cielo está cubierto completamente. Ni siquiera una estrella se asoma curiosa a espiar a estos intrusos que transitan el andén de esta inmensa estación; la montaña más alta de América.

Por ahora sólo tenemos que esperar, esperar que el clima no empeore, unirnos en nuestros pensamientos de lograr el objetivo; ascender hasta la cumbre y volver con bien, por sobre todo…volver. Pero no todo es tensión, también hay ánimo para cantar, “contar mentiras” y, por supuesto, alimentarnos. Esa noche comimos ración triple, comimos y nos hidratamos hasta que nos dio hipo y eso significaba sólo una cosa; nuestros organismos estaban en perfectas condiciones para continuar, sólo había que reabastecerlo.


Sábado 27 de Enero

Es tarde ya en la montaña; 10 de la mañana. El despertar ha sido más que lento, la noche fue fría y aún estamos algo ateridos. Nuestra respiración condensó sobre las paredes interiores de la carpa, transformándose en escarcha que caía sobre nosotros como pequeñísimos copos de nieve. Tan baja fue la temperatura que el agua que manteníamos al interior de la tienda amaneció congelada.
El viento dominó toda la noche, estremeciendo la carpa y nuestro precario sueño, con cada ráfaga. Sopló y sopló el amo de la noche hasta que, de improviso, nos abandonó con la llegada del alba, prodigándonos unas horas de paz y un sueño algo más placentero.
El sol se apoderó hoy del cielo. Sin duda el mejor día que hemos tenido. El mismo sol estival que broncea las pieles de hombres y mujeres en las playas de “la copia feliz del Edén”. Así nos sentimos, tal cual, como en cualquier playa del litoral central de Chile, con mucho ánimo, felices de estar aquí, tranquilos por lograr lo que hemos logrado, por la compenetración que tenemos. Somos tres, o ¡cuatro!, ¡qué importa!, si siempre fuimos uno.
Este día permanecimos aquí, recuperando fuerzas para estar en óptimas condiciones en el momento que intentemos alcanzar la cumbre.
---Montse, en mi primer intento, yo dormí en “Berlín” y lo pasé muy mal, mucho frio, mucho. Dormí con parka, jardinera y zapatos, mejor dicho traté de dormir porque en esa oportunidad nadie pudo conciliar el sueño. Así es que propongo “atacar” desde aquí, sólo son dos horas hasta allí, bastaría con salir un poco antes.---
---¡Mmmm! (exclamación típica de Montserrat) creo que es factible, ¿qué opinas Daniel?---
---¡Me parece! (apreciación típica de Daniel).---
---Juanito, hecho entones, mañana si el tiempo nos deja, “atacaremos” cumbre.--- Concluye Montserrat.
Así lo hemos acordado; iniciaremos el ascenso final desde el campamento “Nido de Cóndores”, sin permanecer en el campamento “Berlín” a casi 6000 metros ni en el campamento “Independencia”, por sobre los 6200 m., puntos de paradas tradicionales en la ascensión por la ruta normal.
Avanzan rápido las horas, las empleamos sin apuro para abastecernos de agua, derritiendo nieve seleccionada en las cercanías. El tiempo alcanza hasta para hacer vida social con otros grupos de montañeros, en especial con una expedición argentina que, en realidad, era mixta porque se habían unido a ellos dos suizos y un chileno, Luis Rojas, que al no estar con nosotros “enganchó” muy bien con ese grupo.
Fue un verdadero placer vivir aquel día sábado 27, en Nido de Cóndores, jugando frees bee con un plato de plástico y haciendo equilibrio con el mismo plato y los bastones de marcha, al más puro estilo “platos chinos” y, por supuesto, tomando muchas fotografías con los auspicios.

---Oye Daniel, ¡tengo unas ganas de comer papas fritas!, le digo a mi amigo en horas de la tarde, estando ya al interior de la carpa.
---¡Toma, ahí “tení”!, dice Monserrat tras hacer un rápido movimiento con su mano derecha y sacar de no sé dónde, cual experto mago, algo así como un tarro de pelotas de tenis. Por lo menos eso me pareció en el primer instante que lo vi. Su brazo se extiende y deja caer en el pequeño espacio que nos separa y frente a mis ojos, dicho “tarro”.
---¡Aaaah!, exclamo

Después de tres o cuatro segundos de estar mirando el “tarro” en el centro de la carpa, me di cuenta de lo que realmente era.
---¡La cagaste!, no lo puedo creer, si hubiera sabido que aquí los deseos se cumplen…
---Habrías pedido también un pollito asado, se adelanta Daniel.

Efectivamente, el bendito “tarro” era un envase cilíndrico de cartón, conteniendo papas fritas, sí, papas fritas “made in Gringolandia”, ¡papas fritas a cinco mil y tantos metros de altitud!
---Si hubiera sabido que se me iba a cumplir mi deseo…seguí pensando por un largo rato.

El día ya se acaba, quedan sólo un par de horas de luz y, cada uno se aleja  de la carpa, sin quererlo, sin ponerse de acuerdo, en distintas direcciones. Tal vez necesitamos un momento a solas, para pensar en los nuestros, en los que allá abajo nos esperan; amigos, familia, esposas e hijos o, para mentalizarnos en el próximo día, en el gran día del ascenso final o, simplemente para contemplar la magnificencia del paisaje, en el que sólo somos un grano de arena en este mar montañas y cielo.
Mis pasos se dirigen hacia el nor-oeste, hacia el comienzo del filo cumbrero, que une Nido de Cóndores con el cerro Manso (5371 msnm) y del majestuoso cerro Cuerno (5462 msnm), muy poco visitado, casi despreciado por estar tan cerca de su gigante vecino pero, un excelente objetivo a considerar por cualquier expedición nacional en un futuro cercano. A primera vista presenta una dificultad técnica de carácter medio, con pendiente fuerte (de 35° a 50°), hielo o nieve dura, a lo menos, y con más de algún cruce de grietas. En la “textura” sería algo similar a la ruta a la cumbre norte del cerro El Morado en la zona de Baños Morales, en la Región Metropolitana o a la del Volcán Osorno, en el sur de Chile. Más atrás, en la misma dirección nor-oeste y a varios kilómetros de distancia, el otro grande entre los grandes que con más de 6500 metros, se impone también, el cerro Mercedario.
Mientras tanto el ir y venir por la ruta de ascenso ha disminuido casi del todo, a no ser por una cordada que se dirige hacia el refugio Berlín, con todo el cerro a su disposición. La ruta hacia Berlín avanza desde Nido de Cóndores hacia el nor-este, por una marcada huella, entre algunos manchones de nieve. Se extiende por unos 1500 metros, subiendo levemente por la pendiente, prácticamente hacia la ruta “De los Polacos” pero, gira bruscamente hacia la derecha, buscando un gran zigzag hacia el sur-este. De ahí, entre algunas rocas y “acarreos” se alcanza en no más de dos y media horas, Berlín a prácticamente 6000 msnm, zona donde también se ubican los refugios Plantamura y Libertad. Más arriba, sobre el refugio Independencia (6400 msnm) el Portezuelo de los vientos está tranquilo. La cumbre se aprecia, también, despejada, esperando plácidamente nuestra presencia.
Para nosotros el día se acaba a las 20:00 Hrs. aproximadamente. Ya hemos comido e hidratado adecuadamente y nada más nos resta esperar en el calor de los sacos de dormir, el momento de partir hacia la cima de América.
Mañana debe ser el gran día. Mañana será el gran día.


Domingo 28 de Enero

01:30 de la mañana, el zumbido del anafe MCR lo escucho a lo lejos pero no, está sólo a un metro de mí. Aun no despierto del todo.
Montserrat ha tomado la iniciativa en la cocina calentando el agua para el desayuno y preparar los termos que cada cual llevará para la jornada de ascensión.
La noche ha sido muy helada y pacíficamente estrellada.
Mientras organizábamos nuestras mochilas, a las 02:00 Hrs., pasó muy cerca de nuestra carpa el equipo de argentinos con Luis Rojas a la cabeza, que a estas alturas se había erigido en algo así como el líder de ese grupo.
03:00 Hrs., el equipo está en orden, raciones también; jugo, sopa caliente, té de canela, tabletas de glucosa y “agüita de coca”.
---¿Todo listo?
---¡Listo!
---¡Listo!
Fue todo lo que dijimos. La partida fue en silencio, cada uno sabía lo que tenía que hacer, cada uno sabía lo que pensaba el otro, cada uno sabía que llegaría a la cima.
Avanzamos seguros en la oscuridad, los crampones ya calzados tintinean al rozar con las piedras de la angosta huella y se clavan con firmeza en la nieve endurecida durante la noche fría.
Una hora ya de ascenso y hacemos un alto para beber algo caliente. En ese momento el cierre de la mochila está trabado, me saco, entonces, uno de los dos pares de guantes con que me protejo del frío, para poder manipularlo de mejor manera pero esa acción se convierte en un error. Al instante se me enfrían los dedos de ambas manos al punto del dolor. Con mucha calma logro reactivarlos a fuerza de masajes. Posteriormente supimos que a esa hora, los termómetros marcaban -23°C.
Allá arriba, pasado el refugio Berlín, las luces de las linternas de los que nos anteceden se asemejan a pequeñas estrellas que se desplazan lentamente.
Tras dos horas de haber salido del campamento alto en Nido de Cóndores, alcanzamos la zona de refugios; Berlín, Libertad y Plantamura.
Ha pasado la tensión propia del inicio de la escalada y ya estamos más relajados; ya brotan algunas risas que hacen eco sobre las grandes rocas magmáticas que vamos sorteando mientras avanzamos.

A las 06:00 Hrs., el alba nos sorprende poco antes de arribar al refugio Independencia.
---¡Mira Montse!, está amaneciendo.
---Mmmm, ¡qué bonito!
¿Bonito?...quedó corta…¡maravilloso! es lo apropiado. Nos quedamos largo rato contemplando la salida del “astro rey” tras las montañas. Ya no se siente tanto frío, sólo el propio de la altitud pero que, sin embargo, no permite en ningún caso despojaros de parte alguna de nuestras vestimentas.
Extasiados miramos el mar de cerros, “boquiabiertos” por la inmensidad pero, hay que continuar antes de que nos enfriemos más de lo conveniente. Seguimos, Daniel va al frente, paso tras paso avanza hacia el cielo, paso tras paso vamos tras su huella. Llevamos un ritmo constante, no muy lento al punto que ya hemos sobrepasado al grupo que había salido más de una hora antes que nosotros. Así se mantendría la marcha, por largo trecho, sin nadie más entre la cumbre y nosotros.

Hemos llegado ya a Independencia, un pequeño refugio ubicado en un portezuelo, por sobre los 6300 msnm. Es muy similar al refugio Agostinni del cerro El Plomo. Hecho en madera con no más de 1.6 m. de alto. En realidad parece una carpa del tipo “canadiense”. Descansamos aquí, un largo rato, echados sobre las piedras. Saboreo, entonces, un poco de té y un par de tabletas de glucosa mientras mis amigos hacen lo propio. No sentimos hambre pero sabemos que debemos consumir algo energético y, la glucosa ha sido el “gran descubrimiento” en esta expedición ya que es de fácil ingesta y proporciona energía a corto plazo.

A estas alturas, uno de los suizos que venía en el grupo de Luis Rojas, ha renunciado y no continúa la ascensión. Un argentino del mismo grupo, nos alcanza. Al tipo lo habían invitado a “subir un cerro” y, casi sin ninguna experiencia, ha alcanzado ya hasta este punto. Bien por él pero, a no engañarse, no es la regla general. Pero no viene solo, lo acompaña un amigo que no le ha perdido pisada desde Plaza de Mulas; un perro, un quiltro hermoso que incluso llegaría hasta la cima.

Para que hablar del paisaje y la vista que nos regala este buen gigante; al oeste, en el horizonte, donde el océano Pacífico se une con el cielo, se aprecia una línea delgada y ligeramente curva, junto con ello un manto de nubes amenazantes se ven cubriendo las cimas más lejanas y más bajas. Impresionante por decir lo menos.
Más abajo, sobre nuestra huella se ven venir varios montañista que han salido desde Berlín o Plantamura. También se ve bajar a nuestro amigo suizo, que renunció a homologar a un famoso compatriota suyo, Zurbriggen[1].

Continuamos la marcha para, con un corto repechaje, encaramarnos en el “Portezuelo de los Vientos”. Este es un tramo complicado, es donde ocurren la mayor parte de los accidentes, muchos de ellos fatales. Sin ir más lejos, un par de días antes cayó un japonés por el “gran acarreo”, por tener uno de sus crampones sueltos. Un coreano sufrió, también, la misma suerte por causas similares.
Decido tomar la punta, tal vez inconscientemente para “matar el chuncho” o de borrar la experiencia que tuve un par de años antes, en este mismo sector; aquí renuncié en aquella oportunidad y no porque no pudiera seguir sino porque no estaba seguro de poder volver una vez conquistada la cumbre. Además fue impactante para mí, pasar muy cerca de un montañista francés que descansaba allí, para siempre; de cara al valle, con su pierna derecha flectada, el pie de ese mismo lado bajo su rodilla izquierda, echado de espaldas con un brazo extendido y el otro sobre su estómago. Iba de regreso, se sentó a descansar y…su cuerpo y su alma se congelaron. Treinta metros más abajo, el refugio Independencia, mudo testigo de un eterno descanso.

Apuré el paso, como queriendo alejarme de aquel recuerdo. Me concentré en la ruta que ahora tuerce a la derecha, en rigor hacia el sur-oeste. Frente a nosotros, el largo “traverse” ascendente que nos llevará hasta la base de “la canaleta”.
El ritmo de la marcha disminuye ostensiblemente, la nieve dura no es la mejor; una costra que se quiebra bajo nuestros pies, como una galleta recién horneada, lo que nos hace perder metros entre cada paso. Montserrat, por mejores hielos avanza al frente hasta entrar en la canaleta. Ahí está la cumbre, a nuestra vista, a no más de 300 metros hacia el cielo.

Varios gringos nos han sobrepasado mientras descansábamos tirados en el suelo. Por la escasez de oxígeno se nos torna difícil respirar y los primeros signos de fatiga afloran…estoy cansado, muy cansado.
Giramos nuevamente a la izquierda para entrar de lleno a la canaleta, el último y más dificultoso tramo. Es más bien un gran canalón, bastante ancho en su inicio y que se va angostando en la medida que se va acercando al filo cumbrero, flanqueado a la derecha por un murallón de roca que corre paralelo a la ruta. La huella asciende primero frontal para luego zigzaguear por entre rocas cubiertas con poca nieve que impide el uso de los crampones.
Daniel sigue siendo el más fuerte, avanza primero, a unos diez metros  y nos alienta a subir con él. Montserrat me antecede, a no más de dos metros, entonces veo ¡otro de sus “pases mágicos”!; puso en su mochila (no sé en qué momento) una bandera chilena, una pequeña bandera chilena que “tira”, más que un oasis en el desierto. Así, sacando fuerzas del corazón y apelando a los sentimientos y emociones, avanzamos jadeantes.

---¡Vamos Juanito!, queda poco. Grita Montserrat[2].
Ni siquiera respondo, creo que si hablo me desmayaré, me falta el aire…
Tenía razón, queda poco, muy poco; doscientos y tantos metros, doscientos y tantos metros que han sido los más largos de mi vida. Dos horas, dos eternas horas hasta recorrer el último de esos doscientos y tantos metros finales.
Varios de los gringos que antes nos habían sobrepasado, ahora están literalmente tirados, algunos han abandonado sus mochilas y bastones de marcha para librarse del peso.

Las nubes que antes veíamos al oeste, nos han alcanzado tornando el ambiente frío y brumoso. La figura de Daniel, que ya ha llegado al filo cumbrero, se ve difusa entre las nubes. Allí nos espera.
---¡Vamos muchachos!, ya casi, ya casi. Nos alienta desde su pétreo asiento. Tardamos alrededor de quince minutos en reagruparnos.
---¿Cómo están?
---Muerto, no doy más.
---Mmmm. Yo estoy igual. Responde Montse.
Algo de líquido, más tabletas de glucosa para contrarrestar el cansancio y seguimos…

El filo cumbrero es bastante “aéreo”., caminamos por él unos cuantos metros para realizar un “traverse” que comunica con la cumbre,  a la izquierda. Paso tras paso nos acercamos más y más…ya casi, ya casi, nadie habla, todos los sentidos nos impulsan hacia el cielo, las pulsaciones se aceleran aún más, el corazón sobre-exigido responde como el mejor de los motores, los oídos zumban, los ojos se nublan y las mejillas duelen con el frio, avanzamos…ya casi, ya casi, la sincronización de los pasos es perfecta, la excitación es suprema, la concentración máxima, se sufre, se goza…
Montserrat describiendo esos momentos, escribiría más tarde: “Brotan a golpes miles de pensamientos y sentimientos que me sensibilizan aún más y lloro, mi mente está agotada. Claudio está con nosotros, lo he escuchado al subir, dándome fuerzas para no desfallecer. Me siento responsable de que estemos aquí, viviendo lo inolvidable, no tengo seguridad de dónde está el final de esta aventura y camino, respiro nada…pareciera que no hay oxígeno, mi mente y mi cuerpo sólo piensan en llegar, ya hemos superado casi todos los obstáculos, pero este último se vuelve insostenible, hace mucho frío.
La emoción, el desconcierto me invaden. Al igual que mis amigos me cuesta tomar conciencia de donde estoy, no lo puedo creer, las lágrimas corren por mis mejillas y logro, con mucho esfuerzo, controlar mi llanto, porque estoy como ahogada por la falta de oxígeno.”
Es cierto lo que dice Montserrat, nos cuesta tomar conciencia de lo que hemos logrado hasta este momento.

Un pequeño escalón nos lleva al final de la pendiente, está nevando copiosamente, ya no hay paisaje para mirar, sólo ventisca, tus manos y tus pies.
Me adelanto a mis compañeros, el terreno es ya casi plano, busco la cima…deambulo buscando la cruz que debiera estar ahí, estoy al borde de la excitación, mi corazón late como nunca, sé que estoy por sobre las 200 pulsaciones por minuto, lo que no sé es si estoy sobre el techo de América.
Diviso una silueta entre la bruma y la ventisca ---no se ve más allá de veinte metros--- es un hombre, un hombre que porte esquíes en su mochila. Es obvio lo que pretende pero está desorientado, no sabe por dónde bajar pero, mi preocupación es otra; ¿where is the summit?, ¡the summit!..., le pregunto en un  perfecto inglés que hasta a mí me sorprende,… ¡la cruz!, ¿dónde está la cruz? El hombre de los esquíes me indica hacia el norte, avanzo unos pasos, mis sienes golpetean queriendo escapar a su natural confinamiento. La ventisca se vuelve a tragar al hombre esquí tras mis espaldas…aquí no hay nada, sólo nubes y nieve golpeando mi cara.
Los gritos de Daniel y Montserrat me hacen retroceder, ahí está de nuevo el hombre de los esquíes.
---¡Come here!, le indico que me siga.
Este gringo debe estar loco, pienso por un momento…tal vez él cree lo mismo de mí, que busco desesperado una cruz en la cumbre del Aconcagua.

Estamos nuevamente los tres compañeros reunidos, ha llegado también un grupo de franceses con un guía argentino. Es gente mayor o, tal vez todos nos vemos más viejos a esta altitud.
Daniel me extiende su mano… ¡felicitaciones!, dice y nos abrazamos…
¡Qué mierda pasa!, ¡Porqué!. Sólo en ese momento reacciono, sólo en ese momento tomo conciencia y vuelvo a la realidad. ¡Estamos en la cima del monte Aconcagua!, el Centinela de Piedra nos permitió subir. La cumbre más alta del continente, el objetivo, el sueño y hasta la obsesión de cientos de montañistas por todo el mundo. Allí estamos, lo hemos logrado. Más cerca del cielo que millones de personas que están allá abajo, lejos.
La emoción que sentimos es tan grande como el mismo monte. Comienzo a llorar, de felicidad, como nunca antes lo había hecho en mi vida. Montserrat está a mi lado, la abrazo, la abrazo muy fuerte y lloro…como un niño.
---¡Gracias!, es lo único que atino a decir pero, no sé si me escuchó o si mi sentimiento pudo transformarse en sonido, en palabra, superando las lágrimas. Aun no controlo la emoción y debo sentarme para no caer. Ahí estoy, con mis tres compañeros; Montserrat Espinoza, Daniel Espinosa y Claudio Morales en la distancia y en el corazón.
Un grupo de italianos llegó poco después que nosotros; hicieron una emotiva oración, integrándonos y agradeciendo a Dios en la inmensidad el silencio.
Debemos ahora sobreponernos a tanta emoción, nuestras mentes deben superar el agotamiento de once horas de ascenso continuo y concentrarse en bajar, a la relativa seguridad del campamento alto, “Nido de Cóndores”. Las nubes siguen sobre nosotros y la visibilidad es escasa, no más de sesenta o setenta metros, quizá menos. Ya no podemos permanecer aquí más tiempo. Tuvimos media hora de éxtasis en la cima, es más que una recompensa, debemos volver.
Comienza el descenso. Montserrat guiará la bajada prácticamente hasta Independencia, es la más indicada para ello.
Montserrat; ¿qué más puedo decir de ella que ya no haya ya dejado entrever en estas páginas? Sí, si hay algo que agregar y es que ella es, sin duda, la mejor “desendedora”, hombre o mujer, que yo haya conocido.

Bajar la canaleta ha sido tan extenuante como el ascenso, las fuerzas físicas están al límite, la concentración al máximo para evitar algún infortunio. A medida que bajamos las nubes van disipándose y el aire tornándose “más respirable”. El sol nos acompañará el resto de la jornada.
La canaleta ha quedado atrás, el “Portezuelo de los Vientos”, “Independencia”, también. Descender no ha resultado tan fácil ni tan rápido, como esperábamos; el cansancio ha influido mucho, el relajo producido tras dejar la cota 6300, también. Poco antes de llegar a “Berlín” disfrutamos deslizándonos por planchones de nieve. Aquí nos alcanza Luis Rojas, viene bajando solo (parece que la amistad con los argentinos no se sostuvo). Nos cuenta que llegó a la cumbre con tiempo despejado y que la vista que desde allí tuvo, fue impresionante, sin embargo, estoy seguro que no vivió siquiera un décimo de lo que nosotros vivimos y que mis compañeros y yo no cambiaríamos de lugar con él. En fin, cada cual con lo suyo.
Sólo media hora nos separa de “Nido de Cóndores”. Evitamos la huella y bajamos directamente por el acarreo, para llegar lo antes posible. Desde la altura se puede ver la tienda amarilla, como un magneto que nos lleva hacia ella.
19:30 horas, extenuados y felices, después de casi diecisiete horas de haber salido hacia la cumbre hemos vuelto a nuestro pequeño hogar, diecisiete horas con los crampones calzados, diecisiete horas con la mochila a cuestas, diecisiete horas de emoción continua…diecisiete horas para no olvidar jamás.
Sólo ingerimos líquidos; jugos que habíamos dejado para saciar la sed extrema al regreso. Recuerdo sólo haberme sacado los zapatos, el cortavientos y meterme al saco de dormir, feliz, feliz, feliz…
---Hasta mañana niños. Fue lo último que dije ese día 28 de enero de 1996.
---Hasta mañana Juanito.
---Chao.





Lunes 29 de Enero

---¿Fue un sueño o estuvimos allá arriba?
---No hombre, ninguno estaba soñando, ahí estuvimos.

Así fue el tardío despertar de ése día lunes, pensando en lo irreal de la realidad. O como diría Daniel: “…nuestra tarea ya estaba cumplida pero, nuestras mentes aún seguían allá a casi 7000 metros de altura…”. Y yo agregaría: …y seguirán por muchos años más.

Luego de un opíparo desayuno levantamos campamento para retornar a “Plaza de Mulas”, no sin antes dar un último vistazo a la cumbre y despedirnos de nuestro gigante amigo. Fue un rápido descenso por los blandos acarreos.
De cara al valle se aprecian muchas cosas que en la subida a veces se ven pero no se observan; el cerro Cuerno, también el Catedral, el glaciar Horcones Superior, hacia el norte el glaciar Zürbriggen y, por supuesto, “Plaza de Mulas”, con su incesante ir y venir de montañeros.
Daniel y Montse ya están en “Plaza de Mulas”. Yo me quedo más atrás, disfrutando del cerro y de esta inmensa soledad compartida.
Cuando me aproximo a “Plaza de Mulas”, alguien viene a mi encuentro; me abraza, nos abrazamos. Era César Domínguez, amigo, socio del Wechupún y compañero de universidad.
---¡Bien, bien negro, te felicito!.
---Gracias, le digo jadeante.
---Costó un poco al final, pero lo logramos.
---¡Qué bueno!, me alegro, luego me tocará a mí. Replicó César.
---¡Seguro, seguro que sí!...y termina por llevarme la mochila hasta su carpa donde aguardaba su cordada; Amador Galleguillos, proveniente de la Universidad de La Serena y un gringo muy simpático, profesor  también de esa misma casa de estudios. Entre todos preparamos un almuerzo común, escuchamos música y relatamos nuestra aventura que también atrajo la atención de otros montañistas interesados en inquirir más detalles de la ascensión que también ellos se aprontaban a emprender. Luego nos quedaba una gestión por hacer; solicitar que radiaran a “Puente del Inca” pidiendo comunicación telefónica con Santiago para avisarle a Claudio de nuestro regreso para el miércoles siguiente. Así se hizo tras lo cual sólo quedaba descansar y dormir plácidamente.



Martes 30 de Enero

Hoy nadie está apurado, dormimos hasta que nos dio “puntá”. Desayunamos con el grupo de César y al medio día emprendimos, con mucha nostalgia por dejar esta ciudadela de carpas multicolores y por la grata y breve compañía de nuestro compañero y sus amigos, el regreso hacia “Puente del Inca”.

¡Increíble!, en un trayecto que nos demoramos prácticamente dos y medio días, en el regreso fueron sólo siete horas, siete horas demoró Daniel que fue quien apuró el paso tras pasar por “Confluencia”, Montserrat lo mantuvo y yo me fui quedando algo rezagado, no había gran apuro, sin embargo el fuerte ritmo inicial provocó ampollas en mis pies, lo que se transformó en un verdadero suplicio. Casi una hora después que Daniel, llegué al puesto de los guarda parques, donde Montse me esperaba en las riberas de la laguna Horcones.
Fue agobiante el último tramo. No sé si ahora estaba más cansado que allá arriba, en la canaleta. Mi mochila parecía pesar más que al inicio. Sólo quería aliviarla, de cualquier forma incluso pensé en vender mis crampones a un gringo despistado que había olvidado los suyos y que ofreció comprármelos a mi paso por “Confluencia”.
---¿For sale? Dijo aquel, indicando los adminículos que estaban a la vista, sobre la mochila.
---¿What?
---¿For sale your cramps?
---Yes, one hundred dollars.
Lo pensé, juro que lo pensé; cien dólares y casi un kilo menos sobre la espalda pero, son “mis crampones”, unos “Laprade” del “año uno”, con correas pero, son míos y…¡subieron el Aconcagua!.
---Two hundred dollars, respondí tras un breve silencio.
---¡Oh, no, no!.
---Entonces, gringo güevón, ¡ándate a la mierda!, le respondí en perfecto chileno y continué caminando y maldiciendo mis pies.
En el control de guarda parques registramos nuestra documentación y dejamos la basura que traíamos de regreso. Por suerte, una camioneta nos llevó hasta la Hostería, a Montse a mí y también a otros tres montañistas. Así mis pies descansaron a lo menos unos tres kilómetros. Allí nos esperaba Daniel, se veía cansado, por primera vez lo vi realmente agotado, pero contento como lo estábamos todos.
Montserrat se comunicó con Claudio de inmediato vía telefónica.
---“Al sentir su voz ronca por el otro lado de la línea no supe qué decir, la emoción volvió. Siempre fuimos cuatro. Así lo sentimos arriba y también Claudio, en su lecho de enfermo”, escribiría ella, luego.
Ya es de noche, nos instalamos en la cochera de Grajales y antes de dormir nos dimos tiempo para ir a las aguas termales donde, como dije antes, dioses y mortales disfrutan de esa húmeda calidez. Ninguna expedición al monte Aconcagua está completa sin ese nocturno baño final.



Miércoles 31 de Enero

De nuevo en la cochera, tal como empezamos. Temprano fue el despertar, satisfechos por lo logrado, recordando vivos detalles de cada día, pensando ya en volver, pensando en nuestras familias que deben esperar nuestro regreso con bien. En eso estábamos, sacudiendo la modorra, cuando sentimos el motor de un vehículo que se aproximaba.
---¡Es Claudio!, gritó Montse, saltando como un resorte de su saco de dormir para salir a su encuentro.
Daniel y yo la seguimos. Efectivamente, Claudio aún convaleciente de una neumonitis, llegó a buscarnos. Nos abrazamos a él, con la emoción a flor de piel las lágrimas aparecen de nuevo y lloramos…y lloramos como aquel domingo 28 de enero del 96.
Desayunamos esa mañana en la hostería, junto al banderín del Club Andino Wechupún, que quedó en ese lugar como mudo testigo de la aventura que emprendieron cuatro personas, cuatro andinistas, cuatro amigos que ascendieron el monte Aconcagua, la cima más alta de América…
…Fuimos cuatro o tres…¡qué importa!, si siempre fuimos uno.


Ovalle, febrero 16 de 2000






Tiempos Estimados en Ruta de Acercamiento
Monte Aconcagua


Trayecto
Puente del Inca (2750 msnm) – Confluencia (3350 msnm).
Primer campamento.

Tiempo estimado: entre 2.5 y 5 horas. Una jornada, camino fácil, pendiente suave hasta poco después del primer puente.
Lugar adecuado para almorzar: Laguna de Horcones, pasado el primer puente o, Confluencia donde hay agua en abundancia. Aumento de pendiente a poco de cruzar el río Horcones.

Confluencia (3350 msnm) – Plaza de Mulas (4370 msnm).
Campamento Base
Tiempo estimado: entre 5 y 8 horas, con buen clima. Repechaje al salir de Confluencia. Playa Ancha se cruza en tres horas aproximadamente. Fuerte viento de frente. Se debe trabajar en equipo alternando la punta. Sector no apto para acampar.  Aumento de pendiente al girar al norte en sector de “Piedra Grande”. Por alguna eventualidad se puede acampar antes de llegar a “Cuesta Brava” donde la pendiente es muy fuerte y sólo resta avanzar hasta Plaza de Mulas. No hay agua durante la primera mitad del trayecto y en la segunda es difícil abastecerse.

Plaza de Mulas (4370 msnm) – Nido de Cóndores (5560 msnm).
Campamento Alto
Tiempo estimado: entre 4 y 6 horas. Ascenso con pendiente fuerte y huella marcada en zig – zag. Se debe dominar técnicas de marcha en altura. El porteo de equipo es una opción que queda a criterio de cada expedición. Zona muy expuesta al viento.

Nido de Cóndores (5560 msnm) – Berlín (5926 msnm).
Tiempo estimado: entre 1.5 y 3 horas. Pendiente no muy fuerte. Zona protegida del viento. Se recomienda el uso de crampones sobre todo en las primeras horas de la madrugada.


Berlín (5926 msnm) – Cumbre (6962 msnm).
Tiempo estimado: entre 8 y 10 horas. No se aconseja acampar en Independencia, por el excesivo desgaste físico. Pendiente fuerte hasta los 6400 m., hielo muy malo en el “Traverse”. Último tramo muy difícil, canaleta con acarreo y fuerte pendiente.







[1]
Cuenta la historia acerca de una expedición organizada por un noble inglés, de nombre Edward A. Fitzgerald que intentó llegar a la cima del Aconcagua en el verano de 1897. A Fitzgerald lo imagino un tipo desgarbado, equipado con lo mejor del mercado de la época, armado hasta los dientes con mosquetones y clavos de fierro forjado y cuerdas de sisal, siendo derrotado por el mal de altura a los 5800 msnm. Sin embargo, su guía suizo Matías Zurbriggen, un rubio mocetón, provisto probablemente de una mochila de lona y zapatos de cuero, herencia de algún alpinista retirado, prosiguió la ascensión en solitario, logrando la cumbre el 14 de enero de 1897, convirtiéndose en el primer hombre en “hollar” el punto más alto del continente.
Un mes después dos integrantes de la misma expedición; Stuart Vines y Nicola Lanti, lograron la segunda ascensión y luego, entrando el otoño de ese mismo año, el 12 de abril, Vines y Zurbriggen logran también, la cima  del volcán Tupungato de 6570 msnm en la zona de Chile central.

[2] Es importantísimo el apoyo de una cordada; el hablarse en el momento justo, en un gesto que te de aliento, en una entrega sin condiciones y eso, la “Montse” lo tiene de sobra.