LOS ORIGENES
Esta historia carece de drama, de
aventura, de amor romántico y de heroísmo, pero quise narrarla porque contiene
jirones de tiempos buenos, atisbos de nuestra historia política reciente, leves
ventiscas de la memoria que se va desperdigando hasta desaparecer con los años
y, por último, como modo pretencioso de rescatar del olvido, lugares y personas
que dejaron huellas.
Como política de las autoridades de la
época, en 1973 se crea la Comisión Nacional Asesora para los Deportes de
Montaña. La Federación de Andinismo creó
instancias para desarrollar el excursionismo a través del país y se fomentó las
actividades de montaña, a través de los colegios y, consecuentemente con ello, se
presentaron un día cualquiera en el liceo, Nelson Muñoz, Claudio Gálvez y Claudio
Lucero, todos instructores de la Escuela Nacional de Montaña, organismo técnico de
la Federación de Andinismo, para formar un club de montaña en el Liceo La Folrida.
La idea tuvo un éxito rotundo entre los
estudiantes lográndose una alta cifra de alumnos inscritos. Así también, se
motivaron algunos apoderados, quienes se acercaron para cooperar con la
organización del futuro Club Andino del Liceo La Florida.
Corría el año 1975 y me encontraba
cursando 2º medio. Tenía 15 años.
EX
LICEO DE HOMBRES LA FLORIDA
Decir que mi motivación para inscribirme
fue el practicar deportes de montaña sería falso ya que, como la mayoría, vimos
en el naciente club, la oportunidad de eludir algunas clases para participar en
las reuniones y, lo más importante, una ocasión para salir de “picnic” con un
grupo numeroso de jóvenes que por supuesto, era mixto.
Los instructores nos brindaron algunas
charlas motivacionales, nos ayudaron a organizarnos y nos acompañaron a dar
nuestros primeros pasos por la cordillera. De estas primeras salidas, recuerdo
particularmente una por su desenlace; subíamos el cerro Manquehue, de 1635
msnm, en la precordillera de Santiago, admirando su paisaje, la vista de
Santiago desde la altura y los planeadores que como grandes pájaros blancos siseaban
sobre nuestras cabezas. Un espectáculo sorprendente para los noveles
escaladores, y que sin embargo se vería eclipsado por el repentino capotaje de
uno de estas naves contra la ladera rocosa del monte, cerca de la cumbre.
Claudio Gálvez se adelantó para prestar ayuda al piloto siniestrado, pero regresó
al poco tiempo, comunicándonos el fallecimiento del mismo y que debíamos
regresar sin poder, aquella vez, alcanzar la cumbre.
CERRO
MANQUEHUE
El esquema estatal de difusión de las
actividades de montaña consistía en crear estos clubes escolares y,
posteriormente, dejarlos que se dotaran de su propia organización. Así, pronto
contábamos con una directiva y unos entusiastas padres que nos acompañaban y
guiaban.
No mucho tiempo después, en el invierno
de 1975, se organizó una salida a Baños Morales, al interior del Cajón del
Maipo, a 92 Km. de Santiago. Iríamos por varios días (hoy no recuerdo cuantos)
al refugio del Club Andino Pamir, acompañados por algunos apoderados. Esta vez
no nos acompañarían los instructores, sino que allá nos esperaría Luisa Cruz,
también Instructora de la
Escuela Nacional de Montaña quien nos guiaría durante nuestra
estadía. Después de tantos años no recuerdo como se gestó la organización de este
viaje, pero al mirarla a la luz de mi experiencia actual en estos temas, creo
que hubo muchos elementos dejados al azar o tal vez con mi impulsividad de joven
ni siquiera escuché las instrucciones, lo cierto es que la elección de mi
equipo para esta empresa, fue equivocado y deficiente, es más, desconocía
absolutamente las características del lugar al que iríamos y los requerimientos
de equipamiento necesario. La situación económica en el país durante esos años, no era de las mejores, se vivía un elevado índice de desempleo, disminución de los salarios y numerosas quiebras de empresas. En
ese contexto, mis padres no eran la excepción y no disponían de recursos
económicos para financiar este tipo de deportes y tampoco llegaban aun importaciones
ni se fabricaban en Chile. Los que disponían de equipos era por encargos a
alguien que viajaba fuera del país o porque tenían la suerte de toparse con algún
“gringo” que tras haber realizado ascensiones en Chile vendían su equipo antes
de regresar a sus países de origen. Por estas razones fabriqué mi propio equipo;
con una bolsa militar de lona, que era parte de los cachureos de la casa, me
confeccioné una mochila, pero en mi ignorancia usé unas correas muy duras para colgármela
y no las uní en el centro, sino que cada una nacía a la altura de cada hombro
y, como torpe corolario, le puse en la espalda –para darle forma- un trozo de “cholguán”.
Para el calzado me conseguí con un amigo que cumplía su conscripción, unas
botas con planta de suela y para saco de dormir cosí con lana, en forma de “L”
una frazada vieja. Como pueden darse cuenta, motivación y entusiasmo no me faltaban,
sin embargo, como verán más adelante, estos pseudo equipos me pasarían la
cuenta en su momento.
Nos reunimos en las puertas del Liceo el
día fijado para iniciar el viaje. Debemos haber sido alrededor de veinte
estudiantes y cuatro apoderados.
Nos trasladamos en locomoción colectiva
hasta Puente Alto, al Regimiento Ingenieros de Montaña N° 2. En ese punto
iniciaríamos nuestro periplo propiamente tal, al abordar el pequeño tren de trocha
angosta, administrado por el ejército, que recorría 60 Kms., entre Puente Alto
y la localidad de El Volcán. El trayecto en este ferrocarril era realmente
hermoso y se resiente hoy, su desaparición.
FRONTIS
DE LO QUE FUE EL REGIMIENTO DE INGENIEROS DE MONTAÑA N° 2
PUENTE
SOBRE EL ESTERO EL MANZANO, AFLUENTE DEL RIO MAIPO
Entre El Volcán y Baños Morales hay aproximadamente
once kilómetros de camino de montaña, de tierra en ese entonces. Este tramo
debíamos cubrirlo caminando con nuestras mochilas y/o bolsos.
Recuerdo que una vez que llegamos a El
Volcán se inició la caminata rumbo a Baños Morales, en completo desorden, no
hubo instrucciones previas de los adultos a cargo en el sentido de mantener el
grupo compacto, de quien lideraría la marcha, etc.
LOCALIDAD
DE EL VOLCÁN, FIN DEL VIAJE EN EL TREN MILITAR
Como siempre fui algo solitario, no fue
complicación para mí ponerme a caminar libremente, inmerso en mí mismo y en el
paisaje grandioso de la montaña en invierno, de modo que sin proponérmelo y sin
darme cuenta, fui tomando distancia del grueso del grupo hasta que caí en la
cuenta que caminaba solo, por un camino que no conocía, hacia un destino
incierto, flanqueado por enormes montañas nevadas, a media tarde de un día de
julio. Desconocía a qué refugio tenía que llegar ni quien o quienes nos
recibirían, sin embargo, la temeridad propia de la juventud y el éxtasis que me
provocaba todo aquel escenario me hicieron continuar sin considerar, ni por un
momento, el riesgo que eventualmente implicaba mi acción.
Algún tiempo después, alcancé a tres jóvenes
que transitaban en la misma dirección. Eran dos jóvenes y una chica algo
mayores que yo. Aquí hice mi primer descubrimiento en relación a la práctica
del montañismo; es fácil socializar y solidarizar en el escenario en que nos
encontrábamos, de manera que pronto caminábamos cuatro, conversando con soltura
y fluidez. Unos kilómetros más adelante nos cruzamos con algunas personas que
iban en dirección a El Volcán. Nos advirtieron que el camino estaba cortado por
la caída de un alud de nieve y barro que con alguna regularidad se desploma cada
año en el sector conocido como “Las Amarillas” o “Tierras Amarillas”.
El nombre se deriva del tipo de material
arcilloso que conforma un tramo de la ladera al sur del camino, aproximadamente
a 1.7 Km. de Baños Morales.
SECTOR
DE “TIERRAS AMARILLAS”. EN EL COSTADO SUPERIOR DERECHO, BAÑOS MORALES
La caída del alud implicaba, según nos
informaron las mismas personas, solicitar permiso en la bocatoma Volcán Alto,
situada sobre el Rio Volcán y a casi 3 Km. de nuestro destino, para atravesar por
sus instalaciones y continuar la marcha por las laderas que caen sobre la ribera
norte del rio.
No fue problema atravesar por la
bocatoma y ya pronto, nos hallábamos retomando la marcha, pero esta vez, ya no
por un camino sino por la huella que habían dejado otros montañeros sobre la
nieve. Se iniciaba así otra etapa incierta del viaje mientras me alejaba cada
vez más de mi grupo del liceo. Nunca lo cuestioné, sólo quería llegar.
En esta ruta comenzaron mis penurias,
las botas con planta de suela resbalaban sobre la nieve dura y me provocaban
caídas, una y otra vez. Esto retrasaba el ritmo a mis desconocidos compañeros.
Tanto así que luego de un rato, decidieron apretar el paso y se marcharon, excepto
la chica que demostró una gran solidaridad quedándose conmigo y acompañándome
hasta nuestro arribo a Baños Morales.
La marcha, que debe ser de aproximadamente
3 Km. comenzó a tornarse muy agobiante; la “mochila” torturaba mis hombros y
espalda, las botas militares estaban empapadas y ya no sentía los dedos de los
pies por el frío. En algunos tramos la nieve era profunda y nos hundíamos hasta
la cintura. Mi desconocida benefactora continuaba ayudándome y en ocasiones yo
a ella, sacándonos mutuamente de la nieve cuando quedábamos enterrados y no podíamos
salir por sí solos. Pronto el sol desapareció tras los cerros e inmediatamente
cambió la sensación térmica y también la sensación sicológica; resultaba
apabullante sentir las laderas blancas, enormes sobre nosotros, el silencio
roto por el viento y el bramido gélido del rio, unos cuántos metros más abajo y
la luz del paisaje apagándose poco a poco.
Llegamos cuando ya oscurecía.
No recuerdo cómo ni porqué, llegué a la
casa del “Maestro Díaz”; quizá mi compañera se alojaba allí. Lo cierto es que
allí se me abrió la puerta, sin conocerme, sin pedirme dinero a cambio. Imagino
que mi aspecto de perro mojado, tiritando, les debe haber causado algo de
gracia dado que el Sr. Diaz y su familia eran personas que vivían allí y, por
tanto, estaban acostumbrados a la rudeza del clima.
DON
JOSÉ DÍAZ EN EL AÑO 2008
Una vez que me cambié de ropa, pero no de
zapatos (porque no disponía de otro par), el maestro Diaz me pasó papel de periódicos
para que le colocara a modo de plantilla a mis botas de ciudad porque
saldríamos a tomarnos un trago, según dijo. Yo no quería salir a la intemperie y
así se lo manifesté, estaba completamente nevado y aún tenía frio. El maestro
Diaz era un hombre de pocas palabras y un tanto severo para hablar; me explicó
que me haría bien, que se me quitaría el frio y que si o si, saldríamos.
Accedí, no porque sus argumentos me convencieran sino porque su forma vehemente
de decirlo no me dejó opciones y además porque era su huésped forzado y le debía
agradecimiento y respeto.
EN EL
COSTADO IZQUIERDO, DELANTE DEL VEHÍCULO, LA HOSTERÍA EL ÁLAMO
Aun guardo en la retina la imagen irreal
y profundamente hermosa que se me ofreció al salir de la casa de mi anfitrión y
dirigirnos a la Hostería El Álamo; había luna llena y el cielo estaba despejado
y plagado de estrellas. Todo el entorno nevado recibía la luz lunar y se
encendía en un brillo azulado y más abajo se podía ver las luces de la Hostería
y se escuchaban alegres voces cantando.
BAÑOS MORALES
Don José Díaz tenía razón; esa breve
caminata hizo que mi cuerpo retomara temperatura de modo que cuando llegamos a la
hostería, ya me sentía bien.
La Hostería El Álamo era el único local
publico que existía en ese entonces. Se trataba de un refugio construido en piedra
donde se reunían en la noche los montañeros y visitantes del lugar, a cantar
viejas canciones de montaña acompañados de una copa de vino y muchas veces de una
guitarra.
Esa noche no era la excepción y no más
ingresar podía uno sentirse parte de esa cálida y alegre cofradía. Ya en la
barra, Don José pidió una caña de vino tinto, se bebió la mitad de un tirón y
me extendió lo restante. Hasta ese instante no bebía vino, no me gustaba, pero
creo recordar que esa copa, esa noche me supo a gloria.
Ya más repuesto reparé en una mesa donde
jugaban cartas un grupo de chicas, me acerqué a pedir un cigarrillo; me lo obsequiaron
y me invitaron a jugar con ellas. Trabé amistad con una de ellas por largos
años. Creo que por lo menos hasta el año 1990 donde las responsabilidades
familiares de cada uno, nos fue alejando.
Posterior a esta primera jornada en la
montaña, mis recuerdos se desvanecen.
Pernocté en casa de Don José aquella
noche mientras mis compañeros de club y los apoderados que nos cuidarían, lo
hicieron en la bocatoma, lugar hasta donde alcanzaron a llegar con luz. Al día
siguiente me reuní con ellos en el refugio del Club Andino Pamir. Lugar dónde
pasaríamos el resto de los días de nuestro viaje a la montaña.
Creo que esa primera jornada en la
montaña fue importante porque no la olvidé, sin embargo, de los días restantes
sólo conservo algunos refucilos fugaces que no valen la pena ser narrados.
Algunas conclusiones
-
Todas
las vivencias experimentadas en la primera jornada de mi primer viaje importante
a la montaña no generaron miedo en mí, al contrario, me hicieron enamorarme de
la montaña y concurrir a ella hasta hoy.
-
Lamento
no haber retenido el nombre ni el rostro de aquella montañista desinteresada
que me ayudó y acompañó en mi inexperiencia. Creo que nunca le agradecí. Si
alguna vez este texto cayera en sus manos y se reconociera en él, va mi agradecimiento sincero y retroactivo.
-
Con
la distancia que da el tiempo creo que fui temerario en mi falta de conocimientos
y mis guías adultos, negligentes.
NOTA: Las imágenes son de carácter ilustrativo
y ninguna me pertenece.
Daniel
Espinosa C.